MONTANELLI & ANÍBAL (I)


Teniendo en cuenta que la historia es, a grosso modo, lo que pasó, y no el viaje de la Humanidad hacia la Luz del Progreso o La Ciudad de Dios o lo que sea, siempre nos quedan las dudas que plantea lo que se engloba en lo que podríamos llamar historia-ficción, y que sirve como ejercicio imaginativo, dicho esto sin ningún tipo de matiz peyorativo.
Existe toda una serie de preguntas que nos llevan a hacer historia- ficción que podríamos considerar ya clásicas, como qué habría pasado si Franco hubiera perdido la guerra o si los chinos hubieran llegado antes a América.
Debemos fijarnos en algo que parece obvio pero no siempre lo es: todo el mundo vivió en el último extremo del tiempo; la gente que vivió y murió antes que nosotros no eran el prólogo de nuestro discurrir por el mundo, eran el presente. Sus libros de Historia eran muy gordos y no sabían lo que iba a pasar mañana.
Y entonces llegamos al manido “La Historia la escriben los ganadores”, y los ganadores muchas veces son los que llevaban todas las de perder.

¿Cómo sería Europa, y por extensión el mundo, si Cartago se hubiera impuesto a Roma?No voy a hacer aquí un ejercicio de historia-ficción (“la sociedad podría haber sido así, la mentalidad asá...”) sino a exponer un episodio puntual de las guerras entre Cartago y Roma: Aníbal.
Para ello voy a basarme en la Historia de Roma de Indro Montanelli, periodista, (cuando ser periodista no era sólo haber acabado la carrera de Periodismo, que no existía) y publicada por entregas en el Domenica del Corriere, y compilada en un libro en 1957. Como el propio Montanelli dice en el prólogo, se le acusó de ligereza e impiedad por su “modo de tratar un tema considerado sagrado.” Defendiéndose, Montanelli declara que “No hay nada más fatigoso que seguir una historia poblada tan sólo de monumentos.” Tras estudiar a los historiadores romanos como Suetonio o Dión Casio, “aquellos protagonistas que en la escuela nos presentaron momificados en una actitud (...) de símbolos abstractos (...) se colorearon de sangre, de vicios, de flaquezas, de tics y de pequeñas y grandes manías; tornáronse, en suma, vivientes y verdaderos. ¿Por qué habríamos de tener más respeto a esos personajes que el que le tuvieron los propios romanos?”
Basándome, como digo, en la “sinopsis” que Montanelli hace de la historia romana (en un lenguaje delicioso que hoy nos suena arcaico, al menos en su traducción al español) haré una breve exposición de los acontecimientos que llevaron a Aníbal a las puertas de Roma.

Los romanos ya habían firmado un pacto con los cartagineses en fecha tan temprana como el 508 a. C., mientras aún combatían a los etruscos, de los que tanto aprendieron y cuyo legado borraron de la faz de la Tierra, como luego harían con Cartago. En este sentido, Roma siempre fue un hijo cruel, borrando la memoria de sus mayores, en edípica actitud.
Por este pacto la joven Roma se comprometía a no mandar nunca sus escasas naves más allá del Estrecho de Mesina; el Mediterráneo occidental era territorio cartaginés.

Cartago fue fundada por fenicios, mercaderes y navegantes, tal vez los primeros en rebasar las Columnas de Hércules, es decir, el Estrecho de Gibraltar. Cuando Roma nació (la fecha tradicional es el 21 de abril del 753) los fenicios ya habían fundado varias colonias, Cartago entre ellas, que en la lengua semítica de sus fundadores se llamaba Kart Hadasht, esto es, “ciudad nueva.” El declive militar y comercial de Tiro y Sidón, tras el paso de Alejandro Magno en 333 a. C. , dieron un empujón a Cartago. “(...) los millonarios de aquellas dos ciudades que, como todos los millonarios, tenían más miedo que los demás, pensaron en poner a salvo sus personas y sus capitales. Y así como hoy está de moda refugiarse en Tánger, entonces lo estaba refugiarse en Cartago”, dice el señor Montanelli.
Empujaron tierra adentro a la población indígena y comenzaron a dedicarse, además de al comercio y la navegación, a la agricultura, y se convirtieron en maestros del cultivo de viñas, olivares y árboles frutales. También pusieron en marcha una floreciente industria metalúrgica, cuyos productos exportaron hasta los extremos del mundo que iban descubriendo, también por tierra, a lomos de camellos, mulas y elefantes.
Cartago ya tenía billetes (en forma de tiras de cuero) cuyo valor nominal estaba garantizado por el oro rebosante de las cajas del Estado cuando Roma empezaba a acuñar monedas de metal.
En pleno disfrute de su imperio colonial, con una metrópoli de unos tres mil habitantes y un puerto con más de doscientos muelles, “Cartago no daba gran importancia al ejército, en parte porque sus vecinos de África no la inquietaban (...) En el mar, en cambio, era fuerte, la más fuerte de las potencias navales de aquel tiempo (...) En todos los parajes adecuados de las costas españolas y francesas poseían astilleros, almacenes e informadores.”
Así era, de forma muy sucinta, Cartago, hasta que los romanos, una vez dominada Italia, decidieron echarse a la mar.

Comentarios

representándome ha dicho que…
Está bien esa movida historiador que te traes; supongo que si, pero, habías visto ésto!!??

http://www.elpais.com/articulo/revista/agosto/Bob/Dylan/izquierda/siguiente/derecha/elpepirdv/20090826elpepirdv_16/Tes

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