ESPERANZA SPALDING. RADIO MUSIC SOCIETY TOUR. JOY ESLAVA, MADRID, 27 DE MAYO DE 2012



Los vídeos corresponden tanto a la actuación del 27 de mayo en Madrid como a la del 21 del mismo mes en La Cigale de París.

Joy Eslava, penumbra cool, en el centro del centro llamado Madrid; sala con un sonido excelente, tal como me habían dicho, acogedora y con un ambiente tranquilo tal y como yo esperaba, porque, egoísta de mí, no quiero que Esperanza Spalding se convierta en una superestrella, aunque tal como funciona el mundo, totalmente expuestos al tsunami de basura como estamos, indefensos si no tenemos un mínimo de criterio, no lo será, salvo sorpresa.

Y como yo esperaba, por mis experiencias previas, los músicos aparecieron en el escenario diez minutos sobre la hora establecida para el comienzo de la actuación (las nueve de la noche del domingo).  Ahí se terminó lo previsto y lo cotidiano y apareció lo mágico y lo inesperado. Si las circunstancias lo permiten acudo a todos los conciertos de Spalding que se me ponen por delante. De momento he presenciado la manifestación de los tres avatares que  ha experimentado su carrera en los tres últimos años: La formación, con la que recorrió el mundo del 2008 al 2010, de cuatro miembros dedicados a un sonido y repertorio próximos al concepto ideal de jazz; la combinación de jazz con música de cámara; y ahora la aproximación del jazz a una vertiente más accesible para el gran público, por así decirlo, porque sigue siendo, por suerte, difícil catalogar la música de Spalding. Nos recuerda a muchas cosas, pero es una mezcla que aún no tiene nombre y no creo que lo llegue a tener. En el 2012 estamos colmados de referencias y casi convencidos de que es un imposible lo nuevo; pero siempre quedan elementos en los márgenes que añadir a la combinación para alcanzar nuevos matices, y vislumbrar por fin nuevos colores.

Hasta donde yo sé, muy pocos músicos abarcan tanto en la música actual dándole a todo su trabajo una impronta personal como Esperanza Spalding. No hay muchos músicos que puedan sintetizar mejor  en su persona y en su sonido el rincón del tiempo en que se encuentra nuestra especie.

Siempre se rodea Spalding de colegas- en el sentido clásico del término, de compañeros de estudios; y puede que también en el sentido coloquial- , esta vez en número de once: dos trompas, tres saxos, un guitarra, un batería, un teclista, un trompetista, un corista y una corista-trompetista. Ha sabido esperar y crecer con el trabajo duro, tocando sin parar, incorporando su voz y/o su contrabajo a muchísimos proyectos del jazz actual, sea lo que sea el jazz actual; el caso es que su omnipresencia es ya un rasgo de ese ecosistema, y por eso, por ese trabajo excelente, infatigable, y, lo que le importa a sus jefes, rentable, se ve ahora recompensada con el lujo de poder contar con todos esos músicos a su servicio. De ahí que no haya grabado hasta las sesiones de Radio Music Society  algunas canciones que sus seguidores ya podríamos calificar de “antiguas”- que ya hemos oído en directo desde el 2008. Ha sabido esperar, y ahora ya dispone de los medios para darle a esas canciones el sonido que deben tener según los dictados de su talento.



Como decía aparecieron los músicos, y los metales se lanzaron de lleno con todo su poderío funkarra. Spalding era una superestrella en ese momento, porque aún no había aparecido y su música ya nos elevaba. Bajó por las escaleras, agarró el bajo eléctrico y tocó una frase absolutamente precisa y absorbente; presentó a los músicos de la banda, uno por uno, en medio de aquella vorágine, y todo era preciso y desbocado a un tiempo. El guitarrista Jef Lee Johnson, surgido de las sombras de un tugurio de la ruta turística de Nueva Orleans cuando Spalding lo presentó, se fue revelando a lo largo del concierto como un Jimi Hendrix superviviente y hierático, aunque sus dedos corretearon por el mástil también precisos y desbocados a un tiempo, volviendo a  aquella sombra tras la presentación para no abandonarla, participando en el color de aquella música con un sonido psicodélico y una actitud parapetada en sus gafas de sol, una antítesis respecto al desparpajo de Spalding y el resto de músicos. Mis acompañantes y yo bromeamos imaginando que en realidad él quería estar viendo el fútbol y tocaba a regañadientes, aunque era tan bueno que sus notas deslumbraban incluso sin querer.



La euforia, desde mi punto de vista de espectador, no desapareció, sino que adquirió un tono más sereno, acorde con la primera canción tras la intro, “Hold On Me”, una balada de jazz al estilo de las de las llamadas “grandes damas” del género. La fuerza en directo de los metales de la Sociedad de la Radio le da a las canciones un relieve que, una vez más, sólo podemos escuchar y ver en directo. Si en el disco nos elevan, en vivo nos hacen sobrevolar las cumbres más altas. La presencia de las notas del contrabajo de Spalding marca surcos de armonía en mi memoria, y en mis sensaciones inmediatas mientras estaba allí escuchando, cuando muchas de estas baladas de género, con ser hermosas, sólo dibujan unos tenues trazos a lápiz. A todo ello ayudó el excelente sonido de la sala ya mencionado. “Hold On Me” no es nada nuevo, pero sí la forma de abordarla y de reivindicar una canción de estas características desde el escenario. El “On” del título se alargaba en la voz de Spalding, encontrándose con los metales en el clímax de la canción. “What else can I do?” (“¿Qué más puedo hacer?”), dijo espontáneamente Spalding en su lamento de amor no correspondido, y la canción se queda por un brevísimo instante suspendida antes de su solo de contrabajo. Se agacha para alcanzar las notas más agudas del instrumento y el micrófono desaparece dentro de su cabellera.  El contrabajo y la mujer, compañeros de baile, ella mueve la cabeza y sonríe satisfecha y atenta a sus músicos. Echa el torso hacia atrás sosteniendo el contrabajo con la cintura y su nariz se arruga en una sonrisa cuando entra el solo de trompeta. A pesar de su lamento de amor, la protagonista de la canción, tal y como la representa Spalding, es de las que se sobreponen y siguen adelante enseguida.



Con la siguiente canción, “I Can´t Help It”, Spalding establece una constante en su actuación: mientras los músicos empiezan a tocar las primeras frases del tema, ella nos explica de qué va la canción y las sensaciones que motivaron su composición o su elección (en el caso de que, como en el de este tema escrito por Stevie Wonder para Michael Jackson, se trate de una composición ajena), para que podamos identificarnos con ella. La voluntad de Spalding de alcanzar a su público, su entusiasmo por cada una de las canciones, le lleva a sugestionarnos, a dibujarnos un paisaje emocional, tanto de su propia personalidad como del que esa canción en concreto, en esa interpretación, pretende hacernos recorrer; la banda va dándole vueltas a la secuencia de acordes mientras  Spalding  resalta con sus palabras el sentimiento tras la composición, haciéndonos pensar a veces- no sé si esa es su intención- que tal sentimiento es más importante que la canción en sí incluso en este momento. Si bien estas “charlas” hacen a la artista más próxima a nosotros, más “terrenal”, una cómplice, a veces este intento de conexión menoscaba la fuerza de la canción. Aunque la actitud en sí me gusta, por ese entusiasmo y esa sinceridad; nos demuestra que tiene una vida normal de mujer de 27 años más allá de la música. Todas estas explicaciones, y llamadas a nuestra atención, las hace al principio de las cuatro canciones de amor: “I Can´t Help It”, “Smile Like That”, “Let Her” y “Crowned and Kissed”, que además van una tras otra en el setlist, al menos en este concierto en Madrid.  El setlist de esta gira no estaba fijado el 27 de mayo; he visto el de conciertos anteriores en EE.UU y el orden es diferente. Tal vez lo hace variar dependiendo de si toca en América o en Europa, o puede que no tenga intención de fijarlo (lo cual marca una diferencia con la gira anterior, la de Chamber Music Society, en la que las canciones y el orden en las que eran interpretadas fueron siempre los mismos). Sus canciones con contenido social –injusticia, arenga, ecología, ceguera voluntaria- están referidas sobre todo a la realidad americana y creo que las aborda en un orden y con una actitud diferentes a cada lado del charco, como comentaré después; además, en este concierto no tocó “City of Roses”, dedicada a su Portland natal, tal vez por pensar que aquí en la vieja Europa a nadie le importa la ciudad de la que viene, porque nos basta con saber que viene de América. Y así nos lo recordó al principio del concierto, diciendo en la frenética presentación “¡Hemos cruzado el mar para que os lo paséis bien!” resumiendo así, por lo que a mí respecta, sesenta años de música popular.

Así que allí estaba Spalding, diciéndonos al principio de “I Can´t Help It” (“No puedo evitarlo”): “¡Como no os animéis me voy!”, o algo así, como le había oído hace dos años en Jaén, para en el medio de la canción, cuando su traqueteo rítmico nos tenía enganchados, meter el freno bruscamente al percibir que esta pequeña joya de la factoría Wonder recibía una acogida menos entusiasta de la que, según ella, merecía. Nunca comulgué con estas llamadas (ni con que los músicos te digan que des palmas y esas cosas, como si fuéramos tontos o ancianos seniles), porque creo que la interpretación de una canción, y una actuación, deben enganchar por sí solas, y la reacción del público, rendido de antemano a ella, estaba siendo buena, porque la actuación también lo fue, confirmando nuestras expectativas. Pero bueno, supongo que no quería que nos acomodásemos en esa complacencia preestablecida, se me ocurre ahora. Tal vez en una esquina de su cerebro arreciaba la idea de que gran parte del público sólo había ido a mirarla, a pasar el rato, y si tal a escuchar un poco de música de fondo; así que tenía que sacudirnos.

Echó el freno aprovechando que, tras el solo de saxo de Tia Fuller, sólo se oían la guitarra y el charles de la batería, y dijo lo siguiente: You know what I´m talking about? (…) You´ve been there, no fun (…) you wanna act like if you were cool(…) “those things don´t affect, I control” (…)”, y luego improvisa una letra cantada, recitada, como ya hacía en su gira anterior (produciendo entonces un encantamiento en medio del silencio del auditorio)sobre el asunto. Sacude la cabeza mientras toca nuevas frases en el bajo, buscando una nueva vía de expresión para este pequeño discurso, mientras sobresale una vez más el saxo alto de Fuller. Entonces, con un gesto de desaprobación, para de nuevo la canción y sólo se queda sonando el charles, y dice: “Stop being shy. I know, I know…” y en un último intento, se esfuerza y nos dice en su delicioso español macarrónico: “Todos en este…lugar, en un momento en su vida, alguien fue totalmente enamorado con quien.” “¡Por ti!”, grita un espontáneo español. “Sin ayuda, sin ayuda, sin ayuda”, continúa la esforzada Spalding, queriendo decir “sin remedio” en su traducción literal del inglés. “¿No?” “¡Síííí´!” responde el público. Así que no seáis tímidos, concluye, ya en inglés. “Si sois tímidos, nosotros seremos tímidos, ¿ok?” Respuesta entusiasta del público, y la canción vuelve a brotar sin freno del saxo cuando ya no queda letra que cantar. Termina la canción, Spalding sonríe ligeramente, satisfecha, y se descuelga el bajo.
Este tipo de presentaciones e intervenciones, de monólogos humorísticos cuando representa, por ejemplo, el reencuentro con un ex, son una constante en la gira, por lo que he podido ver en vídeos colgados en Youtube, y forman parte de la vena improvisatoria del jazz. Creo que Spalding se muestra tal y como es, pero a medida que avanza la gira sus pensamientos van moldeando un pequeño guion para llegar con eficacia al público de cualquier ciudad o país.



En esta pequeña suite de cuatro canciones, “Smile Like That” es la más antigua en el repertorio de Spalding. Inspirada en el poder revelador de la sonrisa en las guerras del amor, la oí por primera vez en su actuación en el Festival de Jazz de San Sebastián, el 23 de julio del 2009 (no estuve allí, vi la actuación en vídeo; magnífica actuación, por cierto).  Se convirtió al instante en una de mis favoritas de su repertorio. Una frase sinuosa del contrabajo al principio, un amago de reconciliación más allá de la letra en su segunda parte, y una salida contundente, exprimiendo un pequeño set de jazz (en forma de cuarteto: contrabajo, batería, guitarra y melódica) para sacarle un sonido apabullante. Volví a oírla en directo en Jaén en el 2010, confirmándome que era una de sus piezas mejores. Cuando  oí su versión de estudio, como última canción del Radio Music Society, sentí que Spalding había traicionado la contundencia y la rabia de su interpretación en directo durante tres años al darle una envoltura suave, complaciente. Sentí que había domado a la fiera para hacerla tal vez más accesible. King Kong está bajo los focos, pero en vez de romper las cadenas sólo se afloja la corbata. En la versión de este concierto volví a sentir que “Smile Like That” es contundente, en el sonido y en la actitud, en gran parte debido a la guitarra lisérgica de Johnson y al siempre imprevisible Rhodes del teclista Leo Genovese (¡Cuán diferentes, casi siempre para bien, pueden ser las versiones en directo de muchas canciones anestesiadas en el estudio!). Pero al terminar la canción, King Kong se encadenaba de nuevo, voluntariamente. Supongo que aún no he encontrado un término medio para hacerle un hueco en mi imaginario como un tema elegante y firme.





Por lo que he leído, “Let Her” es incluso más antigua que “Smile Like That”, según Spalding. Es una de sus primeras composiciones en busca de una voz propia, con cadencia reggae y notable influencia melódica de Stevie Wonder. Ahora la identifico con aquella canción que estuvo esbozando su banda en la prueba de sonido de Jaén, con una sugerente frase de guitarra de Ricardo Vogt siguiendo las directrices que Spalding le iba cantando, y creo que llegaron a tocarla en España aquel verano.  Tal como dijo en su presentación en este concierto,  es sobre el día en que llegas a casa y tu pareja ya no está; tras el sufrimiento que traen los últimos estertores de una relación, ese momento se antoja como un alivio. Al final se impondrá la justicia poética, figura retórica y manifestación espiritual que yo tengo muy presente. “Poetic justice. ¿Tienen esta expresión? ¿Justicia…poética?” Inquirió Spalding, con respuesta afirmativa del público hispanohablante.


Antes que en estos pequeños discursos introductorios, en las letras de estas canciones refleja una constante presencia en sus pensamientos de la danza sentimental con la que nos zarandea el amor romántico. A pesar de la implicación de la narradora, las diferentes perspectivas aquí expuestas (sobre todo cuando la relación no cuaja), las diferentes caras del amor y las diferentes circunstancias a las que nos puede llevar el enamoramiento, son tratadas en este grupo de canciones con una preocupación que roza el análisis científico. Tal vez lo veo así porque creo que en la mente de Spalding prima la parte matemática, expuesta en su talento musical y reafirmada en su preparación. Es el fruto del trabajo de una personalidad metódica; así como la música es lógica y constancia además de sentimiento, veo que el amor es abordado por Spalding con estos mismos recursos; el amor y todas las preocupaciones inherentes a la vida a la hora de plasmarlas artísticamente: escribe las letras para que ciertos temas encajen y respondan a un orden en su pentagrama mental, por así decirlo. No estoy diciendo que sea un proceso mecánico y frío y robótico, porque si no hubiera sentimiento y calidez no me interesaría su trabajo más que como habilidad malabarística rápidamente olvidable. Más bien hablo de una forma precisa de encauzar esos sentimientos, como un ingeniero que, encargado de canalizar las aguas de regadío, lo hiciese no sólo eficazmente, sino también formando un bello dibujo. Una cuestión de equilibrio. Tal vez tenga que ver con que Spalding practica la meditación, y al parecer lleva una vida equilibrada en general, lo que también se refleja en que todas las letras se centran en el presente de cada una de sus historias. Siempre hablan de lo que siente ahora sobre una persona o asunto. Hay en ello también cierto optimismo, y cierto sentido del compromiso con el amor en sí como una de las mejores cosas que le pueden pasar a un ser humano, aunque la relación amorosa se tuerza; como dije antes, la narradora es de las que se sobreponen, porque sabe lo que hay que valorar.

Y como sabe lo que hay que valorar, en “Crowned and Kissed”, la siguiente canción de aquella noche, homenajea a las personas que nos ayudan a seguir adelante y que hacen que nos sintamos queridos.  Es uno de mis temas favoritos de su último disco, abordado con una voz dulce (la otra cara de la moneda: la dulzura, el matiz de intimidad, se pierde irremediablemente en directo), con un ritmo muy atractivo, con cambios de un gran virtuosismo y de una coordinación impresionante, que es la que suena de modo natural. Puedo identificarme con la letra, y por otra parte me resulta conmovedora como exposición de un punto de vista absolutamente femenino, y un ejemplo incontestable de que son las mujeres (o los valores hasta ahora, al menos, atribuidos a las mujeres)  las que sustentan la civilización. Ellas son las conciliadoras, como escribió Javier Marías. La narradora le agradece a alguien especial el que siempre esté ahí, él es el rey que sacó la espada que estaba clavada en su corazón, dice en la letra,  y por ello quiere corresponderle. El verso más femenino de la canción es “Incluso el hombre más fuerte necesita alguien que le abrace”; es algo que los hombres no estaríamos nunca dispuestos a admitir (al menos en público). Esperanza lo deja una vez más bien claro en la introducción. En directo la canción empieza tres minutos antes de que empiece la canción: el piano, la batería y el bajo tocan la secuencia de acordes, Spalding canta en su improvisación letrística después de decirnos que ésta no va dedicada a los “machotes”, cuyos deseos se limitan a: “Coche grande, una casa grande, una televisión grande. Teléfono nuevo. Ropas lindas, coloradas. Pero el hombre que trabaja de verdad no tiene tiempo para esas cosas.” (En castellano en el original, y marcando la palabra “trabaja” con sus manos, con vehemencia, en un gesto muy característico de ella, en su constante afán por hacerse entender; diciendo “coloradas” cuando seguramente quería decir “coloridas”.)En ese momento, pecador de mí, me sentí triunfador frente a la mayoría de “modernos” que formaban el público, porque no tengo tiempo para esas cosas. Luego en inglés, moviéndose como una rapera, Esperanza  nos dice que no es un agradecimiento en el sentido de “you give me the money, you buy me a house, you make me feel like a queen, blablabla” (“me das dinero, me compras una casa, me haces sentirme como una reina”), sino a un hombre sensible y atento al que le dice “Thank you for being. Smiling when I need a smile, and sitting with me just a little while (…) when I was down and low (…) you´re a part of me” (“Gracias por existir. Sonriendo cuando necesito una sonrisa, sentándote conmigo un ratito (…) cuando estoy baja de ánimo (…) eres parte de mí”). Canta improvisando, y se pone la mano en el corazón, y entonces parece dirigirse a una persona en concreto, a su novio, al inspirador o inspiradores de esta canción. Es lo más hermoso y satisfactorio que te pueden decir en la vida real cuando te despiertas del cuento de hadas y ella sigue allí. Nos lo dedica a todos (por si algún “machote” se ha sentido ofendido…) .Y por si alguna despistada no se había identificado como alguien merecedora de ese agradecimiento, Spalding les dice “is for the queens, too” (“también es para las reinas”). Por supuesto.

“Here we go!”, indica Spalding, y los trombones tocan la fanfarria que anuncia la llegada del rey en uno de los momentos culminantes del concierto, un instante por el que vale la pena el sacrificio de años para llegar a liderar tu propia banda y lanzar al mundo una música tal y como la habías concebido en tu cabeza, sonando con toda la fuerza del directo. En el disco yo no había percibido esa introducción como tal anuncio, aunque en el vídeo sí juegan con esa estética…pero sin el mismo calado que en vivo. Aquí nos damos cuenta de que Spalding sí ha acertado, sentimos la realeza inmersa en la realidad cotidiana.

“And you, made a way for the future” (“Trazaste un camino hacia el futuro”) canta Spalding en medio de la canción, y se abre un abismo ante la confusión del futuro, que siempre es confuso; pero podemos decir que el futuro ya no es lo que era, porque ya no nos gusta tanto que sea imprevisible. Este abismo sobre el que la persona a la que se dedica la canción tendió un puente se me antoja, al oír en este pasaje el rumor de su vacío, más oscuro que nunca. Puede que Spalding también tuviera en mente la coyuntura actual (en la que por primera vez en muchos años tenemos la sensación de que nuestros pies tantean un abismo real)  cuando incluyó este pasaje instrumental de incertidumbre tras la palabra “future”, y que esta noche es subrayado por el delirante trombón de Jeff Galindo, llamando al Sálvese Quien Pueda Final como un arcángel San Gabriel de aspecto fornido y jovial con el que podrías tomarte una caña.





La siguiente canción es lo que se suele llamar “un clásico inmediato”, y esta vez con razón; se trata de “Black Gold”, y con ella empieza la parte “comprometida” del concierto. Spalding recoge en las tres canciones que componen esta parte una muestra de los valores de la “Era Obama”, que difícilmente podrían haber llegado a concretarse en medidas amparadas por el poder a causa, en última instancia, de lo de siempre: la codicia. Las tres canciones rescatan el espíritu original de la música soul, del góspel, el fuego de la música negra de Estados Unidos cuyo resplandor se hizo visible en todas las orillas del mundo. Esperanza es mestiza, joven, americana y optimista, con ese optimismo que aquí en la vieja Europa nos resulta cándido, cuando no hipócrita. Con ese afán de superación del que su vida, que empezó en el guetto, es claro ejemplo, con ese sobreponerse en general. Cuando dudaba de su futuro como músico profesional, Spalding pensó en estudiar Ciencias Políticas para contribuir a la creación de un mundo más justo.
 En el caso de “Black Gold”, la canción apela a un orgullo que debe ir más allá de cualquier coyuntura y que es reflejo de un trasfondo dramático, el de la situación social, e incluso el del  inconsciente colectivo, de los negros de Estados Unidos. Aquí Spalding les dice a los negros americanos  que deben estar orgullosos de su historia y de lo que son. Una vez más veo aquí un claro punto de vista femenino, ya que, por lo que cuenta Spalding en la descripción de las canciones recogida en su página web, esta canción va dirigida en principio a los negros varones, ya que nadie les dice nunca a los chicos negros, a diferencia de lo que les dicen a las chicas negras en la escuela, que deben luchar contra las barreras sociales que les impone la sociedad. Una mujer, un ser de esos que mantienen el mundo en pie, llama al orgullo obviando la chulería del hip hop, llama a quitarse la armadura defensiva, a construir y no a destruir. La esclavitud es todavía una pesada losa, y posiblemente siempre lo será, pero fuimos libres y grandes en África, con un pasado brillante, y el futuro también puede serlo. Esta canción es más de Mandela o Martin Luther King que de Malcolm X o Sly Stone; es cabal y conciliadora. Y lo mejor de todo, es emocionante y universal, porque también a mí, blanquito europeo, me sacude y me conmueve con su dignidad y me reconcilia con la condición humana.
Aunque el 27 de mayo del 2012 en Joy Eslava Spalding, como cantante, bajista y líder de la banda se mostró reticente a desplegar todo el poder de este himno. O lo desplegó de forma diferente a la que yo esperaba; no olvidemos que he escuchado estas canciones antes y que por tanto parto de un prejuicio, albergo unas expectativas. Aquí no hubo discurso informal previo; con la dignidad no hay lugar para chanzas. En su lugar se escenifica un diálogo entre Spalding y Chris Turner, un hombre negro, encargado de los coros. Spalding, bajo el foco de luz, comienza preguntándole cómo se siente. El hombre, en la penumbra, responde cantando sobre la melodía que lanza el órgano, que nos recuerda al de una iglesia baptista, que está atravesando una hora oscura, arrastrándose cada día, sobreviviendo apenas a causa de la aflicción de su alma (porque no sólo de pan vive el hombre). Spalding le pide desde la luz, para poder elaborar un diagnóstico (me siento tentado a asociar este sustantivo con el adjetivo “agnóstico”, en ingeniosa paronomasia) que le siga contando, que le abra su alma. Él necesita a alguien que le escuche, y ella le escucha.
Este diálogo fue recibido en Madrid, debido a la predisposición causada por los despreocupados discursos anteriores, en clave humorística (y por lo que veo en vídeos de otros conciertos, sonsaco que fue así al menos en algunos de la parte europea de la gira). En realidad el diálogo se acerca al terreno de la música soul primigenia a la que pertenece la canción, al canto espiritual, religioso. Crea una atmósfera de lucha entre la dignidad que se planta firme, representada por Spalding, erguida en la luz, y la sombra de la duda, de siglos de humillación, personificada por el cantante en la oscuridad. El público empieza a dudar de que estemos ante una conversación despreocupada a medida que el cantante profundiza en las sombras de su alma con su canto. Supongo que en Estados Unidos el diálogo es recibido con la contención con el que fue ideado.
Spalding responde a la congoja del hombre negro diciéndole que la fuerza que le hará creer en sí mismo está dentro de él desde el día en que nació. Y comienza la canción.
La religión, más bien el sentimiento religioso, forma parte del código genético de este tipo de canciones. Aquí la actitud es la misma, presentada como terapia, como vía de autocuración, como una realidad interior y personal. Una visión religiosa propia del protestantismo, ajena a nuestra concepción de la religión. No creo que se eviten claras referencias religiosas sólo para no herir sensibilidades, sino porque este tipo de canciones manifiestan en la actitud con que son interpretadas el código por el que guiarse, sin necesidad de acudir a dogmas. Se trata de dignidad, de no dejarse vencer por la oscuridad. Spalding habla en el diálogo de “medicina para el alma” en forma de canción, sin ortodoxias ni teologías en la era del mestizaje inmediato. Así no nos mataremos unos a otros en nombre de ídolos que en realidad son el mismo. El plano espiritual no debe subyugarse a intereses contraproducentes. Por ello, mejor no hablemos de Dios o de Alá. Spalding ha comentado que procura no imponer su punto de vista en lo referente a las canciones comprometidas; no quiere ser una moralista.
La melodía de órgano sobre la que se asienta ese diálogo parece un sustituto para la gira europea de la canción “The Land of the Free” (“la tierra de los libres”, en referencia al verso del himno americano), en la que Spalding, con el único apoyo de ese instrumento, canta sobre la injusticia esgrimiendo el caso del encarcelamiento de una persona en concreto: un hombre negro. Así que esta introducción dialogada para las canciones de “dignidad y reivindicación” de Radio Music Society me parece una gran idea, muestra del compromiso de Spalding con lo que canta, con sus sentimientos, sean acerca de la vida en pareja o de la condición humana en general. Es una idea sencilla: un foco encendido, un diálogo, y por ello un ejemplo de los recursos artísticos de Spalding en lo referido a la puesta en escena, sencillos, sí (estamos en un concierto, no asistiendo a una representación teatral), pero elocuentes en cuanto a su filosofía: la belleza se puede encontrar en lo que nos rodea todos los días. Todo parte de nuestro interior, y no de lo que nos dicta la sociedad. Debemos mirar el mundo con ojos nuevos, como Blake miraba a la mosca en el poema que Spalding musicó en su trabajo anterior, que por cierto fue presentado con una sencilla y exquisita teatralidad en los escenarios.
En esos escenarios (al menos en los europeos) “Black Gold” es un tema contenido tras la búsqueda interior guiada por Esperanza por parte del hombre atormentado; puede que sea presentado así porque en Europa la actitud festiva que irradia en el disco y en el videoclip se asocia aquí con la frivolidad. No hay más que ver las misas de allá y las de aquí. Pero aparte de esta posible adecuación (que tal vez sólo está en mi imaginación) es una de las pocas canciones de Spalding cuya versión de estudio prefiero a la versión en directo. El juego entre las voces de las dos mujeres, Esperanza y Algebra Blesset, se queda aquí en una mera presentación de la canción (“que sepáis que hemos grabado esta canción en el disco, que más o menos va así”), que siendo coherente con lo que acabamos de oír en la introducción dialogada es cantada por Chris Turner y Spalding, repartiéndose las estrofas. Pero la interpretación de Turner se queda en correcta, lastrando, por lo que a mí respecta, la canción, que, como he dicho, se queda en esquema, en guía de una gran interpretación posible, salpicada por los adornos de los metales. Es una lástima que el bonito recurso del diálogo no desemboque en la cima estética de una canción interpretada con verdadero poder.
En el público vi a un grupo de chicas negras americanas viniéndose arriba con esta canción, tal vez la que les hizo interesarse por la música de Spalding y por su autora como icono artístico y estético de la nueva América posible. Pero esta vez a mí no me arrastró.


 

“Vague Suspicions” es una balada que aparta la cortina lentamente para mostrarnos que tras la superficialidad con que nos bombardean los medios ocurren cosas terribles e importantes, y de cuya realidad no somos totalmente conscientes al habernos acostumbrado a verlos en los medios. La verdad que ignoramos muchas veces voluntariamente, la guerra, el hambre…puede parecer contradictorio, pero acostumbrados a que los medios nos informen de ello las desgracias nos resultan distantes. En nuestro descargo decir que la realidad se torna a veces insoportable y por eso necesitamos estar pendientes de los cotilleos; forma parte de la naturaleza humana. La canción termina con el verso suelto “Next on Channel Four, celebrity gossip” (“A continuación en el Canal Cuatro, cotilleos sobre los famosos”) cantado en este concierto por Spalding con una irónica sonrisa complaciente. Creo que aquí, en momentos como en los que se funde con los metales en los puntos álgidos de la canción, como en ese “What´s God for” (“Para qué sirve Dios”) Spalding se revela como una gran cantante. En “Vague Suspicions” las notas altas planean decididas en la voz de Spalding, con las alas desplegadas con orgullo, volando sobre la audiencia como un pájaro de hermosos colores. Atrás quedan las dudas surgidas con aquellos indicios aparecidos en la gira anterior de que su voz trastabilla al querer abarcar un registro más alto del que se supone que tiene. Goce estético pleno con esta “Vague Suspicions”, y alivio. Existe una nueva ola de cantantes/instrumentistas femeninas cercanas al soul y al jazz vocal, y a Spalding se la enmarca en esta clasificación; corremos confusos con etiquetas en la mano buscando a quien colocárselas, lo que también forma parte de la condición humana, pues necesitamos coordenadas. Al tener Spalding una formación “ortodoxa” como músico de jazz y a pesar de ello hacer una música más “popular”, de mayor calado inmediato entre los oyentes “no iniciados”, se le aplican diferentes etiquetas y escalas de calidad: como cantante, como contrabajista, como compositora. Creo que debemos apreciarla, como a cualquier artista, más allá de las categorías que se van estableciendo formalmente sobre la marcha (porque ningún arte, ninguna forma de expresión es estática ni está fijada para siempre), como alguien capaz de transmitirnos,  de sacudirnos, de conmovernos, con sus destrezas y su sensibilidad. El caso es que a veces se habla de ella como cantante limitada, porque hay quien cree que es necesaria una voz standarizada de soul o jazz para cantar lo que ella canta, necesidad que no se reclama en el terreno del rock, por ejemplo. Spalding baraja muchas referencias también en el terreno vocal y, teniéndolas en cuenta, pero no más que su voluntad de crear su propio sonido, ha sabido darle unos matices muy personales al color de su voz, con fuerza, dulzura, calidez, ironía y vulnerabilidad.




Una de las muchas referencias de Spalding es Wayne Shorter, y no sólo a la hora de componer y tocar, sino también, sorprendentemente, a la hora de cantar.  Ha mencionado el saxo de Shorter entre sus influencias como cantante. En Radio Music Society se atreve con lo que se podría tomar como una temeridad: ponerle letra a “Endangered Species”, tema del saxofonista, y cantarlo. La canción instrumental original de Shorter forma parte del repertorio de Spalding desde hace tiempo; yo se la oí tocar en Jaén con el cuarteto y también podemos oírla y verla en su actuación del programa AustinCity Limits. La calificó como una de sus canciones favoritas, y la ha defendido como tal con una impecable interpretación al bajo eléctrico y cantando la melodía del saxo, pasando de graves a agudos en un ejercicio propio del jazz “ortodoxo” que puede resultar poco atractivo para el oyente “no iniciado”. A Spalding le encanta cantar y le encanta el jazz, así que canta las melodías de muchos temas de jazz instrumental. En Radio Music Society no hay, por primera vez en uno de sus discos, temas instrumentales, porque aquel tema del que cantaba la melodía del saxo ahora tiene letra. La letra parte del sugerente título, “Especies en peligro”, y al parecer surgió como un divertimento entre bambalinas que se convirtió en un alegato ecologista. Las primeras palabras de la canción, y las primeras que aparecieron en su mente a la hora de ponerle letra, fueron “Human…danger!” (“Humano… ¡peligro!”). Y aunque no haga falta decir mucho más tras eso para que la canción se haga entender,  no olvidemos que se trataba de un reto de Spalding consigo misma: ser capaz de ponerle una letra a un clásico instrumental  y aprovechar para recordarle al mundo que las cosas van mal a través de lo que más le gusta y lo que llega más inmediatamente a la gente, la música, con una férrea voluntad de hacerse oír por un público cada vez más amplio en número y procedencia. Y no se trataba de escribir una letra cualquiera, sino una con enjundia y a la altura de la canción del maestro. En ella Spalding glosa los daños que le infligimos al planeta con esta vertiginosa evolución tecnológica que se nos ha ido de las manos:”Stars across the sky/Watch the caveman fly” (“Las estrellas del cielo/Ven volar al hombre de las cavernas”). Al final la Tierra susurra que nosotros somos la especie que corre más peligro; el desastre se avecina y es simbolizado por la muerte del último canario en su nido. En la versión en directo, con una Spalding seria, oímos una grabación del canto de unos pájaros al principio y al final del tema; tal vez se le ocurrió demasiado tarde para incluir este efecto en el disco, donde oímos una frase de bajo flotando a la deriva al principio (semejante a la del principio de “Let Her” en el disco, por cierto). No sé si dedicándose a las Ciencias Políticas sus inquietudes tendrían tanta visibilidad.
La canción se desarrolla en infinitos recovecos instrumentales (con un solo de cortas acometidas beboperas y exploratorias que se convirtieron en delirantes por parte de la trompeta de Igmar Thomas, respaldado por el bajo frenético de Esperanza) y vocales, con cada sílaba marcando un paso firme en el galope que le impone la música. Spalding sale indemne del desafío.


Para el final del concierto Spalding escogió la primera canción de Radio Music Society, “Radio Song”, un momento álgido, sobre todo en vivo, el gran final donde la banda echa el resto. Vuelve el desenfado con  esta canción que recoge el espíritu entusiasta que Spalding  quiere transmitir al mundo, y que glosa un momento en concreto: “Intentas llegar a casa a la hora de cenar”-comienza contándonos Spalding mientras guitarra y percusión van abriendo la canción suavemente- “todos los coches justo delante del tuyo.” Risas del respetable respondiendo al monólogo humorístico de la cantante, que continúa escenificando la situación estresante del atasco, hasta que sintoniza en la radio una canción que le gusta. “Y entonces…” entran los coristas con la melodía de entrada, creando el ambiente adecuado; “te sientes cada vez mejor”, el tráfico fluye… Una vez más, se trata de apreciar las pequeñas cosas. Todos podemos identificarnos con esa situación, y Spalding le pone música y palabras. Una canción sobre una canción, y en definitiva sobre el poder que ejerce la música en nuestra existencia, en el día a día. Esperanza nos da un empujoncito por si aún no nos habíamos dejado llevar. Pisa el acelerador y empieza la canción. El espíritu del disco, y el objetivo de Spalding de llegar a cuanta más gente mejor con su música, están contenidos en este tema: el jazz puede y debe ser para todos, no le tengáis miedo. Wynton Marsalis, desde el trono de la ortodoxia, la mira con recelo, a ella y a los demás jóvenes artistas formados en el jazz que no pueden ni quieren  abstraerse de las influencias de la música a la que tienen acceso hoy día: toda.

 Tia Fuller, oficialmente “directora musical” además de encargada del saxo alto, se mostró especialmente entusiasmada  desde su posición en el grupo de los metales, dispuesto al estilo de una big band sinatresca tras la imagen de una enorme radio; tal vez, además de gustarle especialmente esta canción, está feliz de tocar una música que le exige más que la de Beyoncé, a cuyo servicio estuvo en una de sus giras. Fuller, y todos, cantaban la coda final, que Spalding había abordado con gran energía contagiosa: “Now if you want to sing it loud with love, with love in your heart, because you like to, because you need to”, un coro final irresistible, como un “nanananá” final de Hey Jude con elegancia y cadencia funky, con precisión y sentimiento enlazados e indistinguibles, como en el arte de primera.


Para los bises Spalding recurrió a una siempre cautivadora interpretación en solitario con el contrabajo, en este caso de “Look no Further”, otra pieza habitual en su repertorio de las horas sencillas y que siempre es bien recibido y ovacionado al final. Después de todo, hemos venido a verla a ella. Que Spalding haya incluido esta canción en su repertorio hace años es un hecho natural si atendemos a la versión de Betty Carter. Y ahora es cuando la fina línea entre la joven talentosa y la estrella desaparece ¿A quién aplaudimos entusiasmados? La respuesta se hace evidente tras un breve lapso en otro lugar, en un lugar mejor: aplaudimos a la joven talentosa que es una estrella por cosas como esta. Pero antes, el silencio que se instaura mientras aguardamos expectantes a que toque algo con su contrabajo es roto por una vehemente petición desde el público, reclamando “Wild Is the Wind”. “Buena observación”, comenta ella, y aparece el Dylan del 66 en mi mente. Spalding corta de raíz ante su insistencia, porque es una tía enrollada sólo cuando tiene que serlo, así que le espeta al individuo en cuestión: “No admitimos peticiones, pero gracias por tu entusiasmo.” Risas y aplausos “alberthallianos”. Y el área verbal de su cerebro, lista siempre para improvisar a ritmo de jazz igual que el área musical.




El segundo y último bis cuenta con la presencia del batería y del teclista. Este último, Leo Genovese, es el único miembro fijo de la banda de Spalding hasta el momento. Así que a la hora de tocar esta “Precious”, estamos asistiendo a un tema ya clásico de Spalding en el que Genovese, junto a Spalding, siguen incluyendo nuevas ideas musicales, empezando por este arreglo para contrabajo, piano y batería. Durante la gira del 2008 al 2010 “Precious” no fue incluida en el repertorio de los conciertos; Spalding y su banda la tocaban en programas de televisión y otros eventos de corte íntimo por su carácter de canción creada para ser un single. Spalding nunca ha ocultado el carácter “comercial” de esta canción, y pongo comercial entre comillas porque no quiero darle el universal matiz peyorativo que se le ha dado a esta palabra. Simplemente es una muestra concreta de la voluntad de triunfo y de alcance masivo de Spalding partiendo del presupuesto de no renunciar a la música con alma. En este concierto, en esta gira, “Precious” ya es un clásico, un guiño cómplice al público que ha compartido su viaje o que empieza a apreciarlo. Es como en los buenos viejos tiempos. Una canción de hace cuatro años ya nos sabe a aquella canción que sólo conocíamos tú y yo cuando esto empezaba. Y esto es el jazz: una canción que renace una y otra vez con diferentes pieles pero con un mismo corazón gracias a la pasión, al talento y a la constancia. A mí puedes creerme, aunque comprendo que si te lo dice el dentista tengas razones para escapar corriendo: no te va a doler.


Eché de menos “Cinnamon Tree”, un canto a la amistad hecho de soul y de una serenidad que puede con todo. Incluida en Radio Music Society, pero también vieja para nosotros que ya estábamos allí hace cuatro años. No sé por qué no la tocó en este concierto. No le apetecía, o aquella noche de mayo, como apunté más arriba, el repertorio de la gira no estaba fijado y la canción fue sacrificada en el banco de pruebas. Es una de mis favoritas, y me sentí un poco contrariado allí abajo porque hago de figurante en el videoclip correspondiente a esa canción, rodado en Barcelona, así que es frívolamente especial para mí. Pero eso es otra historia para otra ocasión. Los grandes artistas nos satisfacen una y otra vez pero siempre tenemos algo que reprocharles, como amantes despechados. Durante un gran concierto como este hemos sido vulnerables y lo sabemos, y nos aferramos al raciocinio y escribimos una crónica como ésta pensando, cándidos de nosotros, que nos recuperaremos, cuando no será así. Por suerte.
La proyección en los medios generalistas de la obra de Spalding no es toda la que ella querría; siguen mencionando en todas las referencias a ella que fue la agraciada con el premio Grammy a la mejor artista revelación en 2011, y le preguntan en todas las entrevistas si el premio le ha cambiado la vida. Dice que no y que espera que sirva para que los nuevos artistas de jazz, los músicos en una onda semejante a la suya que aún no han salido a la luz, como ella, cobren una mayor relevancia. Me temo que no es así, y que siguen preguntándole lo mismo y obteniendo por parte de Spalding la misma respuesta. A pesar de su esfuerzo, reflejado en Radio Music Society, de llegar a un público más amplio y temeroso del jazz, su repercusión no ha sido masiva, aunque creo que su público se ha ido ampliando paulatinamente, posiblemente también porque mucha gente la descubrió en la gala de los Grammies. Sea como fuere, ella sabía muy bien, y lo ha dicho, que la naturaleza de estas canciones no las hace adecuadas para la radiofórmula. Pero se lanzó de todas formas, porque lo que importa son las canciones.Y no olvidemos que “el jazz no es otra cosa que alma”. Después de tantos años encogido, contraído en sí mismo, relegado a retratos color sepia y a una torre de marfil celosamente guardada, Spalding y otros jóvenes colegas nos recuerdan cuál es la verdadera naturaleza del jazz  y de la música que vale la pena en general. El arte de Spalding y compañía no ha llegado ni llegará a todos, pero sí a muchos más de lo que en principio cabría esperar. El futuro sigue abierto.


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