ESPERANZA SPALDING. XII FESTIVAL MIL-LENNI. BARCELONA, 10 DE ABRIL DE 2011





Una chica llega a casa, se quita la chaqueta, se descalza, abre una botella de vino y se toma una copa tranquilamente en el sillón. Es el momento de relajarse. Cierra los ojos y sueña. Y es ella quien toca la música de sus sueños. Vibran las cuerdas, brotan las notas, surgen las palabras del trance a través de su garganta. Y todo termina. La música, el amor, el sueño. Su alma bailarina vuelve a su cuerpo. Ahí fuera nos espera la rutina.

Este es el espectáculo que nos trae Esperanza Spalding en su actual gira, con sus nuevas canciones, en las que se hace acompañar de un trío de cuerda, violín, viola y chelo, así como de una batería y de un piano, el cual compone la columna vertebral del sonido de Spalding junto al contrabajo.

No diré que con este espectáculo Esperanza Spalding nos presenta su último disco hasta la fecha, Chamber Music Society (“La Sociedad de la Música de Cámara”); más bien el disco sirve para presentar el espectáculo, es un mapa, una guía de lo que veremos y oiremos sobre el escenario. Como debe ocurrir siempre en la música, y más en estos tiempos de vuelta obligada a la carretera para los músicos que pueden ganarse el jornal con su arte, lo más importante es actuar ante el público, llevar a la gente la música en vivo. Estar presente cuando surge la magia de la improvisación, cuando el artista nos brinda lo mejor de su arte, del arte inmediato y espontáneo que puede ser la música. El trance, como dije antes, un concepto más apropiado para lo que vemos y oímos hoy en día cuando vemos y oímos actuar a Esperanza Spalding bajo el foco de luz en una sala oscura y en silencio. Música, danza, teatro.
El disco me gusta. Es un mundo por explorar mientras pasan las Cuatro Estaciones. El espectáculo me conmueve, me sacude casi todo el tiempo; me hace abandonar el pensamiento para sólo sentir. En la sala Pau Casals del Auditori de Barcelona ocurrió algo maravilloso el pasado domingo 10 de abril de 2011. Esperanza Spalding ya está en lo alto y vemos que sigue subiendo sin haber vendido su alma bailarina.

Estoy a dos días de distancia de ese concierto, y procuro escribir sobre él antes de que las emociones que provocó en mí se diluyan y sólo quede la memoria racional. También surge mientras escribo una pregunta: al igual que me gustaría conocer mi reacción al escuchar a Jeff Buckley mientras aún vivía, me gustaría saber que ocurriría en mi fuero interno de haber asistido a este concierto de Esperanza Spalding sin conocerla ni conocer su música. Supongo que la rueda se pondría en marcha de nuevo: una mujer tocando el contrabajo y cantando a la vez es algo que siempre me llamaría la atención, y si las canciones son buenas me quedo.
A veces intento aislar la música del artista que la crea ¿Es posible?  En ciertos casos creo que no. Con Spalding intento desligar a la artista de su apariencia de joven mujer atractiva. Y entonces me pregunto: ¿Por qué debería hacerlo?

Debo confesar que antes de ir al concierto no las tenía todas conmigo. Había visto algún vídeo de la gira Chamber Music Society y temía que me iba a decepcionar al compararlo con el concierto fresco y rotundo que vi en Jaén. Pero...ver y escuchar el vídeo de un concierto no es para nada lo mismo que ver y escuchar a los artistas ahí delante, con tus oídos y tus ojos como únicos intermediarios. Aún no existe ningún medio- y espero que no exista nunca- que transmita la emoción del espectáculo en vivo. Sí, sabía cómo se presentaba esta música, el sillón, la botella de vino, incluso el orden de las primeras canciones. Pero no había estado allí. Siempre hay un elemento inexplicable en las grandes interpretaciones – y espero que siga siendo inexplicable.

 Su voz ya es una de las voces poseídas por el milagro, de las voces capaces de hablarme a mí, quienquiera que yo sea. Que nadie me lo explique, por favor. Ya sé que Esperanza Spalding tiene poca voz.Y también sé que eso es como decir que Bob Dylan canta mal.

La atmósfera, a la que contribuye la sala en la que vemos el concierto, es la de un concierto de música clásica. La pequeña escenografía del sillón y la mesita me recordó a los buenos tiempos en que trabajé en la ópera, siempre en primavera y en verano ¿Quién se sienta en el sillón, Esperanza Spalding o un personaje que ella interpreta? Llamemos al personaje “Esperanza”.
Mientras “Esperanza” se sirve el vino el trío de cuerdas, que ha aparecido antes, toca un arreglo barroco de “Short and Sweet”, la última canción del disco. Placidez melancólica; el mundo vuelve a ser joven y se puede respirar. “Esperanza” bebe y respira relajada. Me gusta pensar, como dije al principio, que el concierto representa un sueño de “Esperanza” en el que Esperanza Spalding y su banda tocan estas canciones, aunque posiblemente no sea esa su intención. Me gusta la óptica del concierto que me da el interpretar así este pequeño pasaje escénico.
Siguiendo con este argumento que trenza mi percepción de manera voluntaria, a partir de ahora oímos la música de su sueño. Se incorpora y, descalza y silenciosa, levanta el contrabajo y toca un solo. Prueba su voz. Es la primera muestra de la noche de cómo nada más que la voz y el contrabajo pueden llenar el espacio. Primera muestra de lo inexplicable.
Entonces entran las primeras notas de “Little Fly”, rasgando las cuerdas y bajando en el contrabajo. Le sigue el trio de cuerdas haciendo pizzicato, hasta que los arcos se lanzan a tocar una música deliciosa. Canción extraña y familiar a la vez, nueva y vieja. Un poema de Blake sobre lo fugaz e incierta que es la vida, la vida que está en la voz de Spalding, hasta el aliento al final de cada verso, como el verano yéndose. Y otro solo de contrabajo al final hasta que el trío de cuerdas cae como un manto.

Con los aplausos Spalding se queda quieta y callada. Si hubiera dicho “gracias”, o “buenas noches”, el sueño se habría disipado. David Romero, de la revista Cuadernos de Jazz, se refiere a la actitud de Spalding respecto al público en esta gira como de “distancia felina”. Eso es.
 Aparecen el pianista y el batería, y desde el fondo del escenario Leala Cyr, cantante que acompaña a Spalding en toda esta música de etéreas voces femeninas. Rompe el silencio con unas primeras pinceladas vocales, a las que responde Spalding con el contrabajo sin apenas moverse. En actitudes como esta veo a una artista asentada. La canción es “The Knowledge of Good and Evil”, un título muy bien elegido para una canción que evoca la espesura del Paraíso el día que ocurrió el pecado original. ¿Fue antes el título o la imagen de la selva? También me recuerda a un cuadro del Aduanero Rosseau. Sonido oriental en la cadencia y las cuerdas (también cadencia de música brasileña, aunque para mí en un segundo plano;  por supuesto, la música también es lo que percibe cada oyente, muchas veces desde cierta inevitable predisposición), y un paisaje, y una historia en el canto sin palabras de las dos mujeres. La batería y el contrabajo nos sacuden con contundencia en los momentos álgidos de la canción sin dejar de ser sensuales. La luz es ahora de penumbra selvática.

Canciones largas como las estaciones, y como ellas despertándonos a la conciencia de la belleza del mundo, más allá de nuestras ataduras morales o culturales.

Bueno. Ahora, debido a las vueltas de la vida, estoy a tres meses exactos de distancia de aquel concierto (hoy es 10 de julio de 2011). No se ha diluido en mí su penumbra hechicera y femenina. Spalding ya anda en otras cosas- y es que no para. Su energía para hacerse escuchar parece no tener límites. Pero estaba hablando del concierto del 10 de abril del 2011 en Barcelona.

El río de música continúa. En mi memoria,tras “The Knowledge of Good and Evil”, las luces se aclaran. Creo que la intensidad de la luz en el escenario fue la misma durante todo el concierto, pero es lo que pasa con la música cautivadora: no crea ni destruye, lo transforma TODO. Incluso tu forma de ver la vida. Gracias al ambiente yo estaba absolutamente concentrado, como pocas veces en un concierto. El patio de butacas en silencio, lo que ayudaba y convenía a la música y a la puesta en escena. Y continúa con “Chacarera”, composición del pianista -argentino- que siempre acompaña a Spalding, Leo Genovese.

Al principio de “Chacarera” Esperanza hace un pequeño acompañamiento de percusión golpeando su contrabajo, que deja posado. Agarra el micrófono y comienza a cantar las notas a la vez que el piano de Genovese, encogiéndose, retorciéndose en una danza tribal. Ella es el chamán, descalza y poseída. Cada interpretación de esta canción- y de todo este espectáculo, y de la música de Spalding en general- es terreno abierto a la improvisación, a lo inmediato- seguimos hablando de jazz-, al goce estético y al poder irresistible de la música como ente independiente de lo que nosotros hagamos con ella: se escapa del control de los músicos y a la vez se ve encauzada por el sentimiento puro. Se planta, mueve las caderas, levanta los pies. “Liliana Herrero, mira cuanto te quiero”, canta Esperanza, en referencia a  su admirada artista argentina.“Esta chacarera es para ti”, “qué más puedo “dizer””. Otra muestra de la improvisación, que en esta ocasión se fue fijando en la interpretación de este tema a medida que avanzaba la gira y las canciones de Chamber Music Society alcanzaban vida propia.

Estas primeras canciones van engarzadas, apenas hay silencios entre ellas: se va tejiendo esta muestra de la belleza, esta selva, en el sonido, en la luz, en la presencia escénica, en la danza. Debo insistir en el poder de la música de primera en directo, que nos sigue sacudiendo como ninguna otra manifestación artística de generacion en generación a pesar de los avances tecnológicos.
Spalding coge el arco para frotar las cuerdas de su contrabajo al principio de “Wild is the wind”. Oí su interpretación de este clásico de Nina Simone por primera vez en un vídeo de su actuación en el Festival de Jazz de San Sebastián de julio del 2009. Fue al atardecer, y aquella luz, aquel ambiente (a pesar de que sólo pude vislumbrarlo a través del vídeo) se transformaron en un atardecer en una ciudad del sur de EE.UU, en el dolor de Billie Holiday, cuando Esperanza tocó en su introducción una pequeña frase de blues. En este concierto cruzando el silencio del patio de butacas del Auditori “Wild is the wind” me sobrecogió. Iba creciendo algo poderoso en su contrabajo. El acompañamiento del trío de cuerdas, cómo entra con la voz de Spalding en “yooou, touch meee...”va mucho más allá de las palabras. “La música evita que el mundo se transforme por completo en lenguaje, que sea tan solo un objeto y que el hombre se convierta en un simple sujeto”, escribió Victor Zuckerkandl en su ensayo Man the Musician, Sound and Simbol. He aquí una clara manifestación de este hecho. Gran parte del poder indiscutible del “Wild is the wind” de Spalding reside en el piano de Genovese y su contundente arreglo próximo al tango. Tras el momento álgido la canción se tumba a morir en la voz y en el arco de Spalding.

La artista se empeña en alcanzar las simas de nuestro corazón, sin tregua. Ni un comentario desenfadado. Sólo penumbra, esa plácida penumbra. Comienza a improvisar un monólogo cantado, con un fraseado que sube y baja, el blues en su voz, que es ahora la esencia de una mujer joven cantándole a los vaivenes del amor bajo las estrellas y entre ellas, en la oscuridad del espacio. Oímos esta voz en un sueño de verano. Y así empieza “Short and Sweet”, una de mis melodías favoritas de Esperanza Spalding que en el disco, en el mapa de este hermoso y cálido planeta nocturno, entra directamente sin palabras. Esta melodía ya sonó como introducción alejándonos del mundo de ahí fuera y ahora vuelve a abrirse como una planta a la luz de la luna. A diferencia de lo que ocurre en “Knowledge of Good and Evil”, otra canción larga, aquí los solos- de contrabajo y piano, sobre todo el de piano- llegan a alejarse tanto de la melodía principal como en los temas del jazz al uso. Antes dije que estamos en un terreno abierto a la improvisación, pero en el caso de las canciones de Chamber Music Society el virtuosismo de los músicos está al servicio de las canciones y no al revés como semeja muchas veces en una interpretación en directo en el jazz “convencional”. La hermosa melodía vuelve al final y termina dejándonos en suspenso.

Tras el interludio del trío de cuerdas titulado “As a Sprout” llega “Apple Blossom”, canción propia de un musical de Broadway, decían en la revista Rolling Stone respecto a la versión del disco. Allí, en el disco, en el mapa de Chamber Music Society que ahora, con esta canción, entra en el otoño, las primeras veces que la escuché albergaba sentimientos contradictorios, porque nunca me convencen las colaboraciones con artistas consagrados, en ese caso la de Milton Nascimento. Pero en el escenario es otra cosa...Spalding absolutamente concentrada en la conmovedora historia que le toca interpretar, no sólo con su voz, sino también con pequeños gestos  mientras permanece sentada en una silla  recreando este relato de un amor que reverdece más allá de la muerte.  Sus manos vuelan siguiendo a su voz y después descienden suavemente hasta la tumba donde yace la mujer de la canción, cuyo espíritu florece con el manzano. La conjunción entre música y palabras resulta totalmente evocadora y expresiva, y los gestos de Esperanza, mínimos, de pequeño teatro japonés, la expresión de su cara, nos llevan del invierno de la muerte a la primavera de un amor eterno. Su bonita voz adquiere en el puente la esencia de la feminidad, mientras simula que deposita una semilla lentamente; identifico en ese momento su canto con la mujer sobre la que está cantando; cuando canta “springtime” (“primavera”) siento que dice “Springtime”, con mayúscula: “Hasta que nos volvamos a encontrar en la Primavera.” Siento en toda esta canción los ecos de Blake, de un corazón plácido y agradecido ante la maravilla de la existencia.

Ya no sé si es Esperanza o “Esperanza”, si el sueño se ha encarnado en la vigilia o continuamos al otro lado. Vuelve a caer una noche de verano en la sala y en nuestro espíritu. Escuchamos la voz de una mujer desde la sombra. “Esperanza” responde a su llamada. Son dos hermosos pájaros buscándose en la noche perfumada, y comienza a entretejerse un canto entre las dos, Esperanza y Leala Cyr, mientras se posicionan frente al público y Esperanza se pone al contrabajo. Se miran en su juego de voces. Me gustaría saber cuánto de la maravilla que empieza así, titulada “Inútil Paissagem”, de Jobim, responde al ensayo y cuánto al talento puro y a la camaradería. La magia inigualable del directo. Yo estaba bastante lejos, pero imposible no sucumbir al encanto de sólo dos voces y un contrabajo que lanzan todos los colores al aire. Leala Cyr- en el disco Gretchen Parlato- da unas palmas sordas y canta la letra en inglés mientras Esperanza la acompaña con su canto y el contrabajo con notas saltarinas, agua fresca. Me encanta ver la pequeña danza de Esperanza Spalding mientras toca el contrabajo, que se convierte en su pareja de baile. Qué hermosa criatura. Otro de los placeres únicos del directo es ver delante de ti a un virtuoso entregado a su arte, no sólo en alma, también en cuerpo. Después de un pequeño interludio instrumental Spalding canta la letra original en portugués con acento perfecto. Recuerdo haberle comentado a uno de mis acompañantes que en algunos versos parece que canta en el gallego de mi pueblo, y eso me produce una extraña sensación de familiaridad. “De que servem as flores que nascem pelo caminho...” La canción termina con las voces de las dos mujeres en una perfecta armonía.

En este espectáculo, en esta secuencia de interpretaciones, el silencio entre canciones es un elemento poderoso. Como dije, apenas hay silencio entre las primeras, lo que forma parte del juego. A medida que avanza el concierto escuchamos como desaparecen “Wild is the wind”, “Short and Sweet”, “Apple Blossom” e “Inútil Paissagem”, en ese mismo orden, y al escucharlas desaparecer  nos desamparan, nos fascinan y nos asombran al permitirnos ver estas obras de arte-estas interpretaciones concretas de estas canciones- terminadas, se alejan de nosotros y así las contemplamos en perspectiva.
El silencio lo rompe el contrabajo con un solo que sirve de introducción a “What a Friend”. Spalding se sitúa y disfruta lanzando notas hasta que aborda las primeras de esta canción, y el resto de instrumentos se suman. Esta fue mi primera canción favorita del disco, con su entrada a partir de un toque de batería, su cadencia sensual, su sorprendente y magnífico cambio de ritmo en el estribillo, el Rhodes de Genovese y el delicioso juego de voces y su canto sin palabras. Y esta es la única interpretación que me gustó menos en directo que en el disco de estudio. La velocidad excesiva con que tocaban el estribillo, tras el cambio de ritmo, le restó bastante encanto a la canción.


Continúo con lo que he convertido en un experimento analítico, el de ver cómo un concierto, una manifestación artística de primera categoría, es apreciado a distintas distancias en el tiempo.Empecé a dos días de distancia y ahora estoy ya a 7 meses. Como dije cuando estaba a 3 meses de distancia, no merma su magia. Estas interpretaciones se asientan en mi interior como muestras de arte imperecedero. Hace una semana tuve la suerte de participar en el rodaje del videoclip de “Cinnamon tree”, canción que se incluirá en el próximo disco de Spalding. Ya hablaré de ese rodaje en otro lugar; sólo diré que me fascina estar observando la evolución de esta artista y constatar que sabe muy bien lo que quiere hacer. Leed o escuchad sus entrevistas (además de escuchar su música en permanente crecimiento). Es absolutamente cabal.

Pero estaba hablando de su concierto del 10 de abril del 2011 en Barcelona. Es el turno de “Winter Sun”. Spalding lleva como mínimo tres años tocando esta canción en sus conciertos. Es curioso y resulta un buen indicador de la faceta prolífica de su talento. Hará lo mismo en el próximo disco, Radio Music Society, grabar temas que lleva tocando en directo desde los tiempos de su disco Esperanza (2008). Tal vez después termine un ciclo para ella, tras haber encontrado por fin el sonido con que quería grabar esos temas, por lo que ha dicho en sus entrevistas.
“Winter Sun”, como en el caso de “Short and Sweet” y de la última canción del espectáculo, “Really Very Small”, empieza con Spalding cantando una letra improvisada, como pude comprobar al contrastar mi recuerdo de este concierto con grabaciones de otros de esta misma gira. Esto es jazz en su faceta verbal, jazz en el sentido en que ella insiste en que es un músico de jazz, en la improvisación, así como en la riqueza sonora y en la heterodoxia. La esencia de la música de los negros de EE.UU, que en el aspecto verbal encuentra su manifestación más plena en el hip hop. Canta a capela sobre lo reconfortante que es la luz del sol en pleno invierno abriéndose paso entre las nubes, y dibuja el cielo con los gestos de su mano. De pronto canta el primer verso de la canción y toda la banda se lanza tras ella. La línea de bajo recurrente le da un toque funky a esta canción que no para de crecer en sus cambios de tono. Fui plenamente consciente del sonido magnífico de esta actuación, de la acústica de la sala y del gran trabajo técnico para que así fuera con esta “Winter Sun”. Una canción sobre las pequeñas cosas. “No hay regalo pequeño para un corazón jubiloso”, como dice el viejo proverbio oriental. Un corazón que no deja de agradecer el repentino calor del sol un día invernal. El milagro no cesa a ojos del poeta, como expresó la propia Esperanza al referirse a Blake en otra de sus entrevistas. Spalding se lanza a un solo trepidante, la canción respira y no deja de cabalgar, se incorpora al solo el piano, la batería está a pleno rendimiento y junto al bajo nos envuelve en una esfera perfecta, a lo que contribuye el sonido ideal de esta sala. Si bien en la versión del disco no incluye el trío de cuerdas, en directo éste adorna los fragmentos cantados con arreglos que le dan coherencia a la canción en un espectáculo en el que la “música de cámara” es uno de sus elementos principales, aunque en “Winter Sun” en concreto su contribución no es demasiado importante.

Con el monólogo cantado de Spalding al principio de “Really Very Small”, el epílogo del espectáculo, me di cuenta de que esas introducciones textuales componían una historia, o un poema espontáneo si se quiere, afirmaciones sencillas, imágenes, mostrándonos, plácidas o revueltas, pero siempre abordadas con la misma templanza que las canciones, los sentimientos de “Esperanza” en este sueño de música. Estos pequeños fragmentos cantados son el subtítulo bajo el nombre de las canciones. La lírica antigua del Tiempo de los Sueños que precedió al Imperio de la Razón, cuando los rapsodas, los poetas, eran seres inmediatamente inspirados, emisarios del Cielo y no escoria social. Nuestra mente no los recuerda, pero nuestro corazón los reconoce.

“Really Very Small” entra con las voces femeninas, de Leala Cyr y Jody Redhage -la chelista, que también cantó en “Winter Sun”- y se basa en una pequeña frase del contrabajo -de ahí el título. El principio me recuerda al folk épico de Hedningarna, por ejemplo. Tiene un cambio de ritmo que en el disco se me hace breve, y siempre se me antoja desaprovechado por ello; pero aquella noche lo hicieron dos veces. En una actuación posterior que he visto en vídeo, la del Town Hall de Nueva York, en fecha tan cercana cuando escribo esto como el 12 de noviembre, introduce un fragmento cantado en el que Esperanza es acompañada por el trío de cuerdas y una baqueta marcando el ritmo en el borde de la caja. Esto demuestra que las canciones, si están vivas como estas, nunca están terminadas. El que los intérpretes convivan con ellas día tras día en una gira de estas características las hace crecer, seguramente para asombro de los músicos y de la propia compositora, un asombro gozoso que nos contagian en sus actuaciones.

Y eso es todo. La canción termina, Esperanza posa el contrabajo, y acompañada por una dulce melodía de las cuerdas enciende la lámpara y se pone la chaqueta, y se dirige en la oscuridad hacia el centro del escenario. Se aclaran las luces de la sala y presenta a los músicos. He sido despertado bruscamente de un bonito sueño. Esperanza se marcha por la izquierda del escenario. Pero “Esperanza” se queda.

Esperanza Spalding, la autora de estas canciones convertidas en sueño, la directora de esta banda, sale para saludar. Gran ovación. Hace una pequeña reverencia japonesa y presenta a la banda. Los músicos se retiran y Spalding, que ya no es “Esperanza”, permanece de pie y agarra un micrófono mientras Genovese se sienta de nuevo al piano y toca las primeras notas de “Fall In”, la tierna balada incluida en Esperanza. Nueva ovación del público, que reconoce inmediatamente la canción, y provoca en mí una agradable sorpresa, la constatación de que somos legión los que admiramos y disfrutamos de la música de esta joven, que se me revela ahora más que al entrar en la sala llena de aficionados como un secreto a voces de alcance mundial. “Fall In” es durante toda esta gira el único bis de este repertorio redondo, cuyo equilibrio esencial se rompería de mover o cambiar una de las piezas. Es un ecosistema rico y delicado. Este “Fall In” alcanza una mayor altura que el del disco, con puentes de altos y hermosos arcos hechos de voz y piano. Se cierran con este epílogo las historias de amor que forman sólo una. “No te preocupes si nos enamoramos, nunca tocaremos el suelo”. Se aclaran las luces y volvemos a la calle.


Una nota en el buzón de sugerencias de Golgonooza: no lo dije hasta ahora porque no me pareció que mereciese la pena romper el sueño, pero en estas canciones a veces Spalding improvisa cantando determinadas notas altas por encima de las posibilidades de su voz. Mil disculpas por este pequeño reproche tras haberme llevado a un mundo de plácida penumbra, Esperanza.

Barcelona- Ribeira, 29-2-2012

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