MONTANELLI & ANÍBAL (III)



Aníbal tenía entonces veintisiete años “y había pasado ya diecisiete bajo la tienda, con los soldados. Pero recordaba muy bien el juramento que su padre le había hecho prestar.”

Antes de que Amílcar le hubiese llevado a España había recibido una educación perfecta para la época: sabía Historia, griego y latín, el idioma del gran enemigo. Además, a través de los relatos de su padre, se había hecho una idea de los romanos, de su fuerza y de sus flaquezas. Así, mientras Aníbal crecía, Cartago y Roma no se habían vuelto a enfrentar en el campo de batalla, y algunas ideas de Aníbal sobre la estructura política de Roma y sus dominios se habían quedado obsoletas, al conocerlas únicamente por boca de su padre.
Además, Aníbal había salido de Cartago a los nueve años, y no había vuelto; por lo que era un desconocido para sus compatriotas y “no podía ciertamente aguardar su consentimiento para iniciar las hostilidades. La guerra, por lo tanto, en vez de declararla, había que hacérsela declarar [ a los romanos]. Por lo que, en 218 [ a.C], asaltó Sagunto.” Comenzaba la segunda guerra púnica.

Antes de eso, Montanelli hace una semblanza de Aníbal basándose en los historiadores romanos (ya que nada sabemos de testimonios cartagineses, eliminados por Roma), que, aunque hablan de su avaricia, crueldad y falta de escrúpulos, conceden a Aníbal ciertas cualidades de gran soldado: cierto es que los romanos nunca escatimaron en elogios hacia sus más grandes enemigos. Aníbal, según la descripción global de estos autores, se asemeja a otros héroes como Alejandro Magno, que le precedió en cien años, y a Julio César, que aparecería cien años después del cartaginés. Aníbal era “robusto, frugal y de una astucia y un valor sin límites. Tito Livio cuenta que siempre era el primero en entrar en combate y el último en salir de él.” “Los soldados le adoraban y creían ciegamente en él (...) vestía como sus soldados y compartía todas sus incomodidades."
Tras ocho meses de asedio entró en Sagunto, hasta entonces aliada de Roma. Dejó a su hermano Asdrúbal al mando y fue directo al grano escogiendo una ruta inaudita: cruzó el Ebro con treinta elefantes, cincuenta mil infantes y nueve mil jinetes (casi todos españoles y libios, y ningún mercenario) y se dirigió a Roma yendo hacia el norte.
Una vez dejó atrás los Pirineos se encontró con la resistencia de las tribus galas cercanas a Marsella. “Y tres mil de sus hombres se negaron a seguir a Aníbal cuando supieron que quería cruzar los Alpes. Barca [había merecido el apodo de su padre] no les obligó. Al contrario, libró de su compromiso a otros siete mil que se mostraron titubeantes y les mandó a sus casas. Aligerado así de la tropa asustadiza e irresoluta, marcho hacia el norte (...) e inició la escalada.”
A principios de septiembre del 218 a. C. llegó a las cumbres. Hallándolas cubiertas de nieve dio dos días de descanso a sus hombres.
“Había perdido ya algunos miles de ellos, vencidos por el frío y la fatiga, los precipicios y los guerrilleros célticos. Después, tras aquella pausa, emprendió el descenso, que fue aun más difícil, especialmente para los elefantes. En el ánimo de aquellos temerarios hubo horas de crisis y desesperación. Aníbal las superó indicándoles, en lontananza, la hermosa llanura paduana, y prometiéndosela como presa. Los que llegaron por fin a las estribaciones eran en total veintiséis mil hombres, menos de la mitad de los que partieron. En compensación, los boianos y demás galos les acogieron amistosamente, les abastecieron de víveres y se aliaron con ellos, destrozando y poniendo en fuga a los romanos de Cremona y Placencia.”
Aterrorizado por la audacia de Aníbal, el Senado romano cayó en la cuenta de que esta guerra iba a ser más peligrosa que la primera. Entonces “llamó a las armas a trescientos mil hombres y catorce mil caballos y confió una parte al primero de los muchos Escipiones que habían de hacer célebre el nombre de la familia.” Éste se enfrentó a Aníbal en Tesino y perdió, en octubre de aquel año. Barca seguía avanzando hacia Roma.
Dos meses después otro ejército romano fue enviado a detener a Aníbal en Trebia. “Segunda batalla y segunda derrota. Trascurrieron ocho [meses] más y al encuentro de Barca, dueño ya de toda la Galia Cisalpina [actual norte de Italia], marchó Cayo Flaminio al frente de treinta mil hombres. Estaba tan seguro de vencer que se había traído consigo un cargamento de cadenas para poner en los pies de los prisioneros (...) [Aníbal] atrajo al enemigo a una llanura a orillas del Trasimeno, rodeado de colinas y de bosques donde había ocultado su caballería. Los romanos quedaron envueltos y casi nadie salvó la vida, ni siquiera Flaminio.”
“Tito Livio cuenta que la noticia sumió a Roma en el pánico.” A pesar de ello, Aníbal se estaba dando cuenta de que apenas había esperanzas de separar a Roma de sus aliados, lo que le dio problemas a la hora de abastecerse. Por lo que decidió ir hacia el Adriático, buscando tierras más hospitalarias. “Los aliados galos, que no veían más allá de sus narices, ahora que él se alejaba de sus regiones comenzaron a desertar. Aníbal mandó mensajes a Cartago pidiendo refuerzos: se los negaron. Se los mandó a Asdrúbal; pero éste estaba clavado en España por los romanos, que mientras tanto habían desembarcado allí.” Así que, más que de hablar de una guerra entre Roma y Cartago, deberíamos hablar de una guerra entre Roma y Aníbal, que reanudó su marcha hacia el sur.

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