UNA HISTORIA DEL BRONX

Esto sucedió hará un año, una noche de viernes (creo) en Coruña. El Frondas estaba de visita y yo estaba de resaca, así que no había espíritu de jarana, pero sí, para variar, hambre canina (la gula, uno de mis pecados favoritos). Bajamos de mi piso sobre las 12 de la noche con el objetivo de jalar algo en alguna bocatería o negocio expendedor de comida rápida. Tras dar un garbeo, nos aproximamos a la bocatería del Orzán que, aunque prepara bocatas, hamburguesas y demás, podría calificarse como negocio de comida lenta, ya que la señora que lo regenta tarda media hora en ponerte un bocata de tortilla española, y no digamos si se lo pides con alioli. Mi paciencia siempre rebasa los bordes cada vez que voy allí, proveniente del Área Crítica, ya que es lo más cercano para echarse algo a la boca. Una vez tuve un amago de agarrada con un tirado que no dejaba de darme la brasa; hay que tener en cuenta que el garito mide dos metros cuadrados, te pone el bocata en la barra y te piras de allí, así que un tipo echándote el aliento y gruñéndote incongruencias en la oreja puede resultar harto molesto.
El caso es que el Frondas y yo nos dirigíamos hacia allí, enfilamos la puerta y oh, milagro, no había nadie (los fines de semana siempre hay cola formada por las hordas orzaneras). Nos estábamos acercando,"ven hacia la luz", cuando antes de que me diera cuenta el Frondas me agarró de un brazo y me apartó de la puerta de un tirón. Una pelea de cuatro o cinco tipos se dirigía hacia nosotros, una de esas bullas que se va desplazando como un huracán, arrasando con todo lo que encuentra por delante. En cuestión de segundos vimos a un tipo tirado en el suelo, otro tomó carrerilla y le dio una patada en las costillas. Surgieron dos chicas de la nada, detrás de nosotros, intentando detener la masacre (debían de ser sus novias, o sus primas). Una se me puso delante gritándole a los implicados; intentó ir hacia ellos, pero se le enganchó el tacón en los cordones de mi bota como comprobé tras notar que algo tiraba de mi pie izquierdo. Era un zapato de tacón de piel de leopardo. Forcejeamos por un instante, ella tiró hasta que el zapato se quedó allí, sujeto a mi bota. Lo desenredé como pude, a toda prisa, mientra ella seguía gritándole a aquellos patanes. Se lo devolví y ella lo cogió sin ni siquiera mirarme.
El Frondas observaba el desarrollo de la contienda a la vez que intentaba acceder al garito bocatero en cuestión.
-Vámonos de aquí- le espeté.
-Espera,tío, vamos a pillar un bocata.
-No, vámonos.
No soporto este tipo de bullas, a pesar de mi afición al boxeo, y me ponen del hígado los corrillos que se forman a su alrededor.
-¿Sólo por una bullita ya pasamos de ir?-preguntó el Frondas, vacilón y decepcionado ante la oportunidad desperdiciada.
Sugerí ir a la hamburguesería de la Vieja Amable (siempre nos trata de usted), pero estaba cerrada. Le dije al Frondas que nos fuéramos a casa, a hacer arroz con huevos fritos. Así que nos quedamos con la miel en los labios. Pero no hay mal que por bien no venga: volvimos a la sana comida tradicional.

Comentarios

maripeli ha dicho que…
Y todo por un zapato de piel de leopardo...
representándome ha dicho que…
Saúdos coruñeses,a ver si voy pronto por la rivera.Queremos más historias del OrzanBronx!

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