LAS SUITES PARA VIOLONCHELO: EN BUSCA DE PAU CASALS, J. S. BACH Y UNA OBRA MAESTRA




Descubrí este libro del crítico canadiense Eric Siblin por casualidad, al igual que él encontró sin buscarlas las suites para violonchelo de Johann Sebastian Bach. Descubrí este libro, y las suites para violonchelo, y las obras de Bach en toda su magnificencia. Siempre tuve en cuenta la música clásica (sobre todo las obras más "accesibles", y algunas que no lo eran tanto, que me puse a escuchar por aquello de que eran consideradas obras maestras "imprescindibles", como se dice ahora de casi todo), pero hasta hace un año, vislumbrando no sin cierta desazón el agotamiento de las posibilidades de maravillarme de la música popular que estaba llegando a mis oídos, no me adentré en ese terreno con verdadera voluntad de permanencia. Mi formación teórica es prácticamente nula, a pesar de que he aprendido con el tiempo, y gracias a unas circunstancias favorables, a disfrutar de una ópera, por ejemplo. Creo que muchos de los que carecemos de esa formación teórica consideramos en gran medida la música clásica un terreno vedado a nuestras limitaciones; pero sólo se trata de escuchar.

De hecho Eric Siblin también carece de la profunda formación que se le supone a alguien que se lanza a comentar una obra de música culta. Pero una vez que metió los pies en la orilla de la música de Bach, su interés, tal como nos muestra en el estimulante viaje de descubrimiento que nos cuenta en este libro, le empujó a aprender los rudimentos del solfeo, personarse en simposios sobre el músico alemán e incluso a acudir a clases de chelo. Al descubrir las suites, tras ir por casualidad a un concierto, descubrió a Bach y al músico que revivió esas suites, Pau Casals. 
A mí también me sonrieron las circunstancias, alineándose para hacerme disfrutar más de este libro: además de mi renovado interés por la música clásica, con unos oídos receptivos tras décadas de escucha indiscriminada, ya estaba escribiendo sobre música y viviendo en Barcelona, una de las ciudades protagonistas de la crónica de Siblin sobre los infinitos avatares del descubrimiento. Reconocía el paisaje que permanecía de la ciudad en la que Casals descubrió las partituras de las seis suites para violonchelo de Bach, cuando siendo un niño de trece años las encontró, también sin buscarlas, en una de las tiendas de instrumentos cercanas a las Ramblas.
“Fue un ocioso paseo por las calles de Barcelona, un recorrido por sus heroicos monumentos y por los puestos de flores, las arcadas góticas y los cafés de moda el que rescató del ostracismo las piezas más importantes jamás compuestas para el chelo. Para imaginarnos la escena, que tuvo lugar una tarde de 1890, debemos situar a Pau y a su padre caminando por las Ramblas, la vía más transitada de la ciudad, custodiada por plátanos y edificios neoclásicos, rebosante de puestos de flores, alimentos y pájaros enjaulados (…) En algún momento Pau y su padre debieron de alejarse de los pájaros cantores de las Ramblas para adentrarse en la maraña de callejuelas que anteceden al paseo marítimo. De tanto en tanto una gárgola de piedra les gritaba inaudible. Se percibía un ligero aroma a mar.” (p. 45).

Yo descubrí a Siblin, que descubrió a Casals, que descubrió a Bach. Y ninguno de nosotros buscaba. Me gusta pensar que esta cadena se remonta a marzo del año 1700, cuando Bach, que tenía aproximadamente la edad de Casals cuando descubrió las suites- catorce años- emprendió a pie un viaje de trescientos kilómetros desde su Eisenach natal a Luneburgo, en el norte, portando el violín que había heredado de su padre; su objetivo concreto era ser beneficiario de una de las becas que se concedían en aquella ciudad a jóvenes que supieran cantar. Y con ese viaje empezó todo, de alguna manera; si bien Bach ya se desenvolvía hábilmente con varios instrumentos, esa odisea es la manifestación de su voluntad de convertirse en músico con todas las consecuencias. La música es un arte temporal (así como por ejemplo la pintura es un arte espacial, al desarrollarse en el espacio), y el Tiempo es uno de los grandes protagonistas de este libro; a través de él vemos a un Bach casi niño atravesando los campos de Alemania cuando termina el invierno. El Tiempo es importante aquí no sólo porque a su manera este sea un libro de historia, al recoger las vidas de Casals y Bach y los ambientes en los que vivieron, sino porque sentimos su presencia como un metrónomo que teje las circunstancias para que los protagonistas lleguen casi a tocarse, a tocar juntos la melodía de ese sinuoso e infinito pentagrama. Se establece una polifonía y surge la ilusión de que los espejos del Tiempo dejan de engañarnos y se diluyen, liberándonos por un instante de su tiranía. La manifestación más accesible de este sentimiento es el hecho de que en 1843 todavía vivía un nieto de Bach, el único que se dedicó a la música. “Con su muerte, dos años después, la larga saga musical de la familia Bach llegó a su fin.” (p. 234). Fue entonces cuando apareció el manuscrito, del puño y letra de la esposa de Johann Sebastian, de las suites para violonchelo, y, sólo 33 años después, nació Pau Casals. Con esto tengo la sensación, legítima si el Tiempo se diluye, de que Bach y Casals estuvieron a punto de encontrarse. 
Al principio del libro Siblin nos habla de Bach como personaje misterioso, al ser considerado por los especialistas como el equivalente de Shakespeare en la esfera musical. Pero si bien el dramaturgo inglés se convirtió en una especie de gigantesca sombra ineludible (“Hamlet, soy tu padre…”) el hecho de que no dispongamos de documentación para conocer ciertos episodios de la vida del músico no lo convierte en una sombra; de hecho el semblante biográfico que el autor traza de Bach nos basta para hacernos una idea de su personalidad y para conocer su trayectoria, por lo que el asignarle tal aura de misterio se me antoja un motivo para que el potencial lector se“enganche” al libro, motivo tal vez perpetrado por Siblin al pensar en un lector no especialmente aficionado a la música. Pero el crítico canadiense sí que convierte en fascinante todo lo que rodea a las seis suites para chelo, partiendo de que no sabemos con exactitud las fechas en que fue compuesta cada una. Siblin acierta de pleno al relacionar la composición de cada suite con los estados de ánimo que dominan las diferentes etapas de la vida del compositor. Tal vez no acierte en el plano "científico", en situar con exactitud el momento en que las suites fueron compuestas: “No sabemos si de veras Bach concibió las seis suites como partes de un mismo ciclo o si las escribió por separado y en momentos distintos y después las agrupó como una colección de seis piezas. Su estructura uniforme parece sugerir un plan común, pero eso no quiere decir que todas las suites fueran compuestas en la misma época.” (p. 136). Pero no importa, porque la relación entre las suites y las posibles fechas de composición de cada una de ellas que establece Siblin es magistral en el plano estético, que es el que se impone en este libro. Por ejemplo relaciona la composición de la segunda suite, en re menor, con la pena de Bach debida a la repentina muerte de su primera esposa, sucedida mientras el músico estaba de viaje. Siblin nos habla así del preludio de esta suite:
“Las tres notas inaugurales provocan una tristeza que se siente hasta en las tripas. Se produce un ligero temblor contra el mástil y el arco se convierte en mensajero portador de malas noticias (…) La melodía va ofreciendo, cada vez con mayor claridad, una visión desgarradora.” (p. 61) “Los últimos compases del preludio bien podrían mostrarnos a Bach entrando en casa con el corazón en un puño, convirtiendo con cada nuevo paso la incertidumbre en pánico ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está su esposa?” (p. 63)

Casals grabó por primera vez las suites en noviembre de 1936, en Londres, lejos de la Guerra Civil que en ese momento asolaba España. El intérprete añade su tristeza a la de la partitura, comprendiéndola y remarcándola. Aquí tenemos a otro Pablo pintando otro Guernica.



 



Si no conociese estas circunstancias, la tonalidad menor de esta suite me transmitiría tristeza igualmente (como a todos los cerebros humanos, sin importar su cultura de origen). Pero tras leer lo que me cuenta Siblin oigo la escena en las notas del chelo, y esa melancolía trastoca el Tiempo una vez más. Lo mismo me ocurre con la tercera suite, que se corresponde con la vuelta de la alegría y el amor al corazón de Bach al conocer a la que sería su segunda esposa.





 De manera igualmente evocadora Siblin atribuye lo que él llama "semitonos serpenteantes" de la cuarta suite a su relación con la música oriental, tal vez propiciada por el avance de los ejércitos del Islam  hacia Austria, o por el posible contacto de Bach con los judíos de la cosmopolita ciudad de Leipzig.
 Siblin pone de relieve otros curiosos entresijos: por ejemplo la afinación alternativa del chelo que exige la quinta suite, aunque el más sorprendente tal vez sea que la sexta suite fue compuesta para un instrumento de cinco cuerdas, cuando el chelo tiene cuatro. Esto se debe a que en la época de Bach los instrumentos de cuerda que hoy conocemos aún estaban por definir.

Y cuando vemos caer los espejos del laberinto del Tiempo y aparecen juntos Bach y sus descendientes, y Casals y Siblin, nos encontramos entre ellos, por un golpe de fortuna, a Walter Joachim. Siblin lo conoció por casualidad en las calles de  Montreal: oyó a un anciano hablando sobre el chelo en la terraza de un café y fue a presentarse. Joachim, nacido en Alemania, tenía 89 años y había sido primer chelista de la Sinfónica de Montreal. Conoció las suites en los años veinte, pero, tal y como cuenta, hasta Casals a nadie se le había ocurrido interpretar una de las suites de principio a fin, ya que entonces sólo se utilizaban como ejercicios prácticos. Cuando Joachim contaba con quince años- una vez más, edad de descubrimiento-, en 1927, escuchó a Casals en Düsseldorf tocando la triste segunda suite. Así que al volver a casa el joven Walter se puso a practicar aquellas composiciones que hasta entonces no le habían revelado su alma.
En efecto, hasta Casals nadie se había tomado las seis suites de violonchelo de Bach como algo más que una serie de ejercicios para practicar con el instrumento. Algunos críticos y chelistas le achacaban al músico catalán el haberles dado una lectura demasiado romántica. Lo mismo le dijeron cuando dirigió los Conciertos de Branderburgo, a lo que Casals respondió, tal como recoge Siblin: “Fui el primero en luchar contra los puristas de la escuela alemana que abogaban por un Bach abstracto e intelectual. No me voy a amedrentar ahora porque unos cuantos críticos decidan que de nuevo la música tiene que dejar de ser humana.” (p. 247)
En la página 108 de su libro Estética de la música, el teórico Enrico Fubini habla de la polémica suscitada ya en el siglo XVIII “sobre la música de Bach, en la que Scheibe, Mattheson y, posteriormente, otros músicos como Quantz, Leopold Mozart, Carl Philipp Emanuel Bach [¡el hijo de Johann Sebastian!]contraponen en sus escritos la música contemporánea, aquella que “llega al corazón” por medio de la melodía, frente a la música de Bach, que, respecto a la anterior, se constituye en un mero y estéril acompañamiento, incapaz de suscitar ningún efecto, pasión o afecto, y que está irremediablemente ligada al pasado.” Juzgad vosotros mismos. Podéis simplemente escuchar lo que ocurre en el preludio de la suite número 3, en el vídeo de aquí arriba, entre 2:05 y 2:15, por ejemplo.

El libro de Eric Siblin se estructura de la misma forma que las suites: cada capítulo se corresponde con un movimiento; cada suite tiene seis movimientos, por lo que tenemos un total de treinta y seis capítulos. Los dos primeros capítulos correspondientes a cada suite hablan de Bach, los dos siguientes de Casals y los dos últimos de las pesquisas del propio Siblin acerca de las suites. Y poco a poco se van enlazando música y sentimientos, protagonistas y sensaciones.

Para terminar recojo aquí los comentarios de Siblin sobre la España de la época de Casals:
“Es difícil exagerar sobre el desatino español de finales del siglo XIX (…) La corrupción política y económica era endémica (…) En 1899, a los veintidós años, Casals no veía ningún futuro en España.” (p. 50)
“El gobierno de centro-derecha que ganó los comicios se esforzó en revocar gran parte de las reformas llevadas a cabo durante el mandato anterior. Mientras tanto, los extremos del espectro político se alejaban cada vez más. El radicalizado partido socialista, enardecido por su propia retórica salvaje, decidió convocar una huelga general para intentar derrocar al gobierno y restaurar el cariz izquierdista de la república. Fue un fracaso rotundo. El gobierno respondió ilegalizando la huelga y declarando el estado de excepción.” (p. 108).
¿Os suena? Ya está el Tiempo jugando otra vez con nosotros.



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